Humberstone: La fiebre del oro blanco
Humberstone: La fiebre del oro blanco Esplendor y caída de la minería del nitrato en el desierto de Chile Autor: Juan Adrada Camisa de pechera, corbata de humita y un magnífico traje negro hecho a medida. Guantes blancos, sombrero de hongo, zapatos de charol y un reloj de plata cuya cadena le cruzaba el pecho sobre el elegante chaleco. Aún mirándose al espejo de arriba abajo, Lautaro Baldesani no podía creer que aquel personaje con pinta de señor de la cabeza a los pies fuese él mismo. Recién acababa de incorporarse a una de las compañías salitreras más importantes del norte pampino, y nada más llegar, la misma empresa le había proporcionado aquel terno de ropa tan apropiado para el rango que debería ocupar dentro de la comunidad. Lautaro miró a su alrededor contemplando todas las comodidades de su pequeña dependencia de empleado soltero. Cerró el grifo de agua corriente después de humedecerse con el peine el fijador de pelo por última vez, iniciando una rutina que repetiría todas las tardes durante la mayor parte de su vida. Al salir, giró el interruptor de la luz eléctrica y se sintió complacido al comprobar como todas aquellas maravillas podían hacerse realidad en medio de unas condiciones tan duras. En el exterior, el sol comenzaba a ocultarse tras el horizonte bañándolo todo de ese color anaranjado que solo puede contemplarse en el desierto, y los trabajadores regresaban a sus viviendas después de haber cumplido con la cuota de caliche que tenían asignada. Durante todo el día habían blandido mazas de acero de doce kilos bajo un sol de justicia, y ahora repondrían fuerzas en la cantina donde les proporcionarían tres platos servidos hasta el borde, en los que no faltarían la cazuela de vacuno, las legumbres o los asados, coronados por un jarro de huesillos con mote y un tazón de café. El esfuerzo de aquellos hombres construía la prosperidad de la patria, extrayendo de las entrañas del salar el caliche que “La Máquina” transformaría después en valioso nitrato de sodio. El nitrato era el símbolo de la riqueza y el poder de Chile, un patrimonio exclusivo que desde hacía casi un siglo era transportado diariamente hasta el puerto de Iquique para ser exportado y abonar así los campos del mundo entero. Viéndolos pasar con sus carretas de mulas, sus picos y sus mazas, Lautaro pensó en la dureza de la vida de estos hombres que como él, llegaban al norte de todos lados buscando fortuna, y se alegró íntimamente de haber alcanzado su recién estrenada posición social: empleado de escritorio. En realidad no sería más que un sencillo oficinista en un despacho de la Administración, pero aquello de por sí ya era un puesto envidiable, y además no tenía por qué ser siempre así. Tal vez con los años prosperase aún más, y llegase a ganar lo suficiente para aspirar a una señorita de buena familia. Mientras tanto disfrutaría de las ventajas que su situación le proporcionaba, una de ellas: cenar todas las noches en los salones del hotel en compañía del señor administrador, un privilegio restringido a los jefes, mandos medios y empleados de escritorio como él, aunque su condición de recién llegado lo situase en el extremo más alejado de la mesa. Antes de la cena, alternaría con lo mejor de aquella próspera comunidad. Jugaría al billar con los caballeros, leería la prensa de Iquique en el bar bebiendo cerveza helada, o se sentaría a conversar al borde de la piscina fumando cigarrillos ingleses, mientras desde la pérgola se filtrarían los acordes de la música de baile, llenando de vida y diversión la vasta soledad de aquel desierto interminable. Lautaro avanzó por la calle dejando atrás las dependencias de los empleados solteros y la escuela, mientras soñaba con su futuro prometedor. Seguro de su elegante porte, pasó por delante de la iglesia y del mercado de abastos, y cruzó altivo la ajardinada plaza iluminada de farolas eléctricas de aquella pequeña ciudad artificial tan activa y bulliciosa. Mientras sus hijos jugaban en los columpios y calesitas especialmente instaladas para ellos, los habitantes de Humberstone paseaban por los soportales de la pulpería curioseando en los puestos callejeros, luciendo sus mejores galas y disfrutando del aire fresco como cada tarde. O se aproximaban hasta las puertas del teatro para informarse de qué famosas estrellas llegarían desde Santiago o incluso desde Europa hasta ese perdido rincón del mundo para deleitarles. Al entrar en el salón del hotel, con su música y su alegría, Lautaro no pudo reprimir un gesto de admiración ante lo que se le aparecía como un milagro en medio de aquella tierra, la más seca y árida del planeta, y pensó que el ingenio y la ciencia del hombre son capaces de convertir en realidad los sueños más insospechados. Muy lejos estaba Lautaro de imaginar, que a quince mil kilómetros de distancia la Gran Guerra de Europa y el ingenio y la ciencia de los físicos alemanes habían destruido para siempre su mundo de ensoñaciones. LA FIEBRE DEL NITRATO DE CHILE Cuando dio comienzo la explotación del salitre en 1810, el inmenso desierto de Atacama que abarca las provincias de Arica, Iquique y Antofagasta, aún no formaba parte del norte de Chile como lo hace actualmente. Por aquellos tiempos, estas provincias prácticamente deshabitadas eran parte de Bolivia y Perú, y la extracción de salitre no tenía más destino que la fabricación de pólvora. No sería hasta veinte años más tarde que se realizaría desde Iquique el primer embarque de nitrato de sodio hacia Europa y Estados Unidos con finalidades agrícolas, dando comienzo para esta industria, un acelerado proceso de crecimiento que la llevaría desde las setenta y tres mil toneladas métricas de extracción en 1840, al millón de toneladas a comienzos de siglo, y a la máxima producción de tres millones en 1917, llegando a generar el cincuenta y uno por ciento de los ingresos estatales de Chile. Terrenos salitreros existen a todo lo largo del desierto de Atacama, desde Zapiga al norte hasta Altamira al sur, lindando con la III Región. Los salitrales se forman por la evaporación de las aguas subterráneas filtradas desde la cordillera andina, que van depositando su salinidad en la superficie del terreno en forma de gruesa y dura capa de color gris llamada caliche, que contiene grandes concentraciones de nitrato de sodio. Los salitrales no son paños continuos, sino más bien áreas específicas próximas a los cerros, que durante su explotación se designaron con el nombre de cantones. Cada cantón tenía varias oficinas salitreras que combinaban, en un mismo espacio, las instalaciones industriales para el procesado del caliche y las viviendas de los empleados, con todos los recursos necesarios para satisfacer sus necesidades y las de sus familias. Humberstone, Santa Laura, Carmen Alto, Peña Chica, Baquedano, Keryma, Mapocho, Edwards, Anita, Araucana, Curicó, Abra, Concepción, y un sin fin de oficinas más que serían imposibles de enumerar, algunas de las cuales, las más importantes, llegaron a derivar con los años en autenticas ciudades. Unas ciudades situadas en medio de la nada, y en las que todos sus habitantes estaban directa o indirectamente dedicados a la explotación del caliche. En un principio, el caliche se molía a mazazos para disolverlo en agua calentada a fuego directo que después era expuesta al sol en bateas de cristalización. Este rudimentario sistema solo servía para procesar caliche de alta ley con un cincuenta o sesenta por ciento de concentración de nitrato. Y cuando el caliche de esta calidad se acababa, la oficina y las calderas se trasladaban a otra parada para iniciar de nuevo el proceso. Las oficinas estables surgieron a partir de 1853, cuando el sistema de explotación evolucionó considerablemente gracias a Pedro Gamboni, un ingenioso trabajador nacido en Valparaiso que en esta fecha patenta un sistema de disolución del salitre a fuego indirecto en bateas calentadas por vapor. La oficina Sebastopol es la primera en aplicar por primera vez este invento que permite usar caliches con leyes de hasta el treinta por ciento de salitre. La instalación de molinos y complejas factorías para el procesamiento facilitó la creación de oficinas estables en tono a las cuales se empezaron a instalar los operarios con sus familias. También dio origen a una de las características más emblemáticas de una oficina salitrera: las tortas de ripio, es decir, las gigantescas escombreras en las que se acumulaban durante años los desechos de la producción del nitrato, llegándose a decir que una oficina era tan importante como el tamaño de su torta. Este no fue el único invento de Pedro Gamboni. Tras diez años de ensayos, patentó en 1866 el sistema de extracción de yodo de las aguas madres del caliche, obteniendo de los gobiernos de Perú y Bolivia una concesión exclusiva por diez años de extracción que lo convirtieron en multimillonario, haciendo realidad el sueño de fama y fortuna que alentaba a cuantos se aventuraban en las tierras del oro blanco. En 1875 llega a Pisagua otro de los grandes personajes del caliche: Santiago Humberstone. Nacido en Dover en 1850, ingeniero químico titulado en Inglaterra, desarrolla las bases de un nuevo proceso de disolución del salitre denominado Sistema Shanks que instala en la oficina de Agua Santa en 1878. Mediante este procedimiento, consigue aprovechar caliches con leyes de hasta el trece por ciento, evitando enormes pérdidas en ripios. El sistema Shanks y sus sucesivas mejoras fue luego muy utilizado por todos los industriales del salitre, estando en plena vigencia hasta el desmantelamiento de las oficinas en 1945. Considerado por todos “el padre del salitre”, Santiago Humberstone murió en junio de 1939 a la edad de ochenta y nueve años, sesenta y cuatro de los cuales los había dedicado a la producción de nitrato de sodio. En 1934 la Compañía Salitrera de Tarapacá rebautizó con su nombre una de sus oficinas más importantes, la hasta entonces conocida como oficina La Palma, que desde ese momento pasaría a denominarse en su honor oficina Humberstone. En 1879 Chile le declara la guerra a Perú. Poco antes, tropas chilenas habían recuperado todo el territorio hasta el río Loa ocupado cincuenta años atrás por Bolivia. Había comenzado la Guerra del Pacífico. Por aquel entonces la industria calichera era ya un gigantesco emporio que mantenía a miles de trabajadores, con toda una infraestructura de oficinas, factorías y redes de ferrocarriles privados que habían sustituido a las carretas en el transporte del nitrato hasta los puertos de Iquique y Pisagua, convertidas ya en dos importantes ciudades costeras. Es por entonces que hace su aparición en escena el que se ha dado en llamar el rey del nitrato. Se trata de John T. North, un avispado inglés que había llegado a Chile en 1866 contratado como técnico mecánico para armar equipo ferroviario en Carrizal Bajo y luego en Caldera. Pocos años más tarde haría fortuna en los negocios, fundando en Iquique la Compañía de Agua, con barcos cisterna que traían el agua desde Arica y un condensador de agua de mar. Pero fue durante la Guerra del Pacífico cuando aprovechó la oportunidad para hacerse con una riqueza sin precedentes. En 1875 el gobierno de Perú había expropiado las salitreras de Tarapacá pagando con Certificados Salitreros. En plena guerra, estos Certificados caen al diez por ciento de su valor, y John T. North aprovecha esa oportunidad para adquirirlos a bajo precio con dinero prestado por el Banco de Valparaiso, aportándolos como activo a sociedades formadas en Londres. El final de la guerra en 1880 le otorga la victoria a Chile, que se anexiona las ricas provincias salitreras hasta la ciudad de Arica, última en ser tomada por el ejercito. Tras la contienda, el gobierno chileno devuelve las salitreras expropiadas a los propietarios de Certificados, pero para entonces, North se ha hecho ya con las oficinas Primitiva, Peruana, Ramírez, Buen Retiro, Jazpampa y Virginia. En 1882 regresa a Londres, donde crea un imperio económico gigantesco que controla directa o indirectamente quince compañías salitreras, cuatro empresas ferroviarias, la Compañía de Agua de Iquique que suministraba agua desde Iquique hasta Pica, el Banco de Tarapacá y la empresa de distribución de alimentos e importaciones de Tarapacá y Antofagasta. A finales de siglo, las compañías inglesas controlan el sesenta por ciento de la industria del salitre en Chile. La decadencia comenzó con la Primera Guerra Mundial. La falta de fletes dificultó la exportación, que sufre en 1914 una violenta baja. Después, el incremento de la demanda con fines bélicos incentivó a los laboratorios europeos a investigar la fabricación de nitrato sintético sobre la base de sulfato de amonio, empresa en la que tuvieron éxito los investigadores alemanes que empezaron a comercializar este producto en 1917. El fin de la industria chilena estaba próximo. Desplazada por el éxito de la investigación europea, la producción chilena, que en 1910 representaba el sesenta y cinco por ciento del consumo de abonos nitrogenados en el mundo, cayó precipitadamente hasta llegar a representar a penas el diez por ciento en 1930 y tan solo el tres por ciento en 1950. Las oficinas salitreras fueron cerrando una por una, devolviéndole al desierto su vasta soledad de miles de años. Las ciudades se abandonaron, a pesar de los esfuerzos por evitar que la industria desapareciese del todo. Algunas, como Humberstone aguantaron hasta su cierre definitivo en 1960, y en la actualidad tan solo una, la oficina Maria Elena, continúa su actividad. Mediante la aplicación de una tecnología de gran minería desarrollada en 1924 y conocida como Sistema Guggenheim, Maria Elena mueve un gigantesco volumen de caliche que la permite funcionar de forma rentable. El alto precio alcanzado por el yodo y a la revalorización de los fertilizantes de origen natural, hacen prever un nuevo auge en la industria salitrera chilena, aunque jamás podrá igualarse al de aquellos años. Los años del esplendor del oro blanco. HUMBERSTONE. UNA MIRADA AL PASADO. Recorrer el desierto de Atacama en la actualidad, es tropezar una y otra vez con la historia del salitre. Factorías desmanteladas, ciudades abandonadas, paisajes de tierras removidas y gigantescas tortas de ripio levantándose en el horizonte salpican el paisaje por doquier, y en cada ciudad importante encuentras un museo o una colección de antigüedades dedicados al mundo del caliche. Sin embargo, cuando llegamos a las afueras de Humberstone, durante nuestro primer viaje por las tierras del norte de Chile, algo me dijo que aquella iba a ser una experiencia muy especial. Ya había visitado con anterioridad otras oficinas abandonadas con sus edificios en ruinas, en su mayoría desmantelados de todo lo aprovechable durante los años de la Segunda Guerra Mundial. Pero Humberstone tenía un aire distinto. Su tardío abandono en 1960 había permitido que sus ruinas sobreviviesen hasta nuestros días en un estado de conservación excelente. Convertido en una auténtico pueblo fantasma en medio del desierto, sus calles y sus casas parecían recién abandonadas por sus habitantes, como si un peligro inminente se cerniese sobre el lugar obligándoles a huir precipitadamente. Aquella soledad y aquel silencio sobrecogedor le daban a la ciudad un ambiente como de novela de ciencia ficción. Caminamos por las calles desiertas que aún conservan las placas con los nombres, en su mayoría dedicados a personajes y hechos heroicos de la Guerra del Pacífico: Manuel Blanco Encalada, Eleuterio Ramírez, Manuel Baquedano, Corbeta Esmeralda, Arturo Prat, Tarapacá, Independencia… Dejamos atrás el hospital y la escuela pública, y llegamos hasta la plaza principal en torno a la cual se concentran los edificios más importantes de la ciudad. A la entrada está la iglesia, construida en madera con auténtico pino de Oregón, y la guardería infantil San Mauricio, que fue la primera en instalarse en la provincia de Iquique. A continuación se encuentra el magnífico mercado de abastos con sus puestos de carne, verduras y pescado, además de un montón de pequeñas tiendas que proporcionaban los artículos más variados. El hotel sigue dominando el principal lugar de la plaza con su blanca fachada. Antiguo club social de la élite humberstoniana, aún pueden observarse los restos de su antiguo esplendor. Entramos en el edificio y cruzamos el antiguo salón de billar y los dos amplios comedores, hasta llegar a las dependencias de la cocina, presididas aún por una enorme mole de hierro fundido con sus grandes fuegos, sus hornos y su chimenea. Más adentro, está la pérgola con su pista de baile en la que tocaba una orquesta todos los fines de semana y los días de fiesta. Los restos del techo de caña ecuatoriana aún cuelgan desvencijados de su estructura de alambres. El bar, las habitaciones de los huéspedes y las dependencias de servicio completaban las instalaciones del hotel, que tenían su principal atracción en la elegante piscina, un imponente complejo deportivo que sorprendía a cuantos llegaban a este lugar quemado por el sol. Considerada en su tiempo una de las mejores piscinas de todo Chile, está construida con planchas de hierro unidas por remaches, y posee un trampolín de tres niveles que aún se conserva en buenas condiciones. El agua se obtenía del subsuelo, gracias a dos poderosas bombas instaladas bajo los graderíos que la extraían desde una profundidad de cuarenta y un metros. Ya fuera del hotel, pueden verse cerrando la plaza la biblioteca, la pulpería y el magnífico edificio del teatro construido en la década de los treinta, que aún conserva el escenario, la platea, el foso de la orquesta y la sala repleta de butacas como si el tiempo no hubiese pasado. Por aquí desfilaron los principales artistas nacionales y extranjeros. Desde Europa llegaban las compañías de operetas y zarzuela, y tampoco faltaron las compañías netamente pampinas que ponían en escena las obras de Salvador Rojas, relatos costumbristas sobre la vida del trabajador calichero. Las proyecciones cinematográficas también fueron frecuentes desde las mismas épocas del cine mudo. Caminando hacia las afueras pudimos visitar primero la cancha de baloncesto, y después cruzar por las diferentes viviendas de los trabajadores, agrupadas por categorías y diferenciadas entre empleados solteros y casados, para llegar hasta el campo de fútbol, frente al cual se encuentra el kiosco de la orquesta que amenizaba las tardes de competición entre los equipos de las diferentes oficinas. Mas allá se encuentran la Caja Nacional de Ahorros y la administración, un edificio de color blanco rodeado de un largo corredor con balaustrada en el que residía el dueño de la oficina y su representante, y desde el que se dirigía la producción, y toda la vida de la comunidad. Desde allí puede divisarse a lo lejos la gran torta de ripio, y a su izquierda las ruinas de lo que fuera “La Máquina”, es decir, la planta procesadora donde el caliche era transformado en nitrato de sodio. Todos los años a mediados de noviembre, se celebra el Día del Salitre, y los pampinos regresan a Humberstone y ponen en marcha “La Máquina”, cuya enhiesta chimenea vuelve por unas horas a echar humo como lo hiciera en tiempos pasados. Deseosos de recuperar su pasado histórico, estos nortinos han fundado el llamado Museo Arqueológico Industrial Salitreras Nebraska, que cuenta con un Consejo Asesor Cultural decidido a recuperar las ruinas de Humberstone, Santa Laura, Peña Chica y Keryma, en un intento de dar a conocer a todo el mundo el modo de vida del trabajador calichero y su familia, durante los años de auge del oro blanco en esta región. Cuando salimos de Humberstone, un sentimiento de tristeza nos acompañaba. Paramos el motor del Nissan Patrol con el que viajábamos, volvimos la mirada para disfrutar por última vez del embriagador romanticismo que emanaba de aquellas viejas ruinas industriales abandonadas bajo un sol abrasador, y nos dijimos que efectivamente eran el testimonio de la tradición y la historia de un pueblo, y que bien merecían ser conservadas para el conocimiento de las generaciones futuras. COMENTARIOS A LAS FOTOGRAFIAS Foto nº 1 – Fichas de Salarios. En los primeros tiempos, las empresas calicheras utilizaban un abusivo sistema de remuneración consistente en pagar no con dinero, sino con fichas de la misma empresa, que eran el circulante obligatorio. Cada oficina editaba sus propias fichas que solo podían ser canjeadas por comida, ropa y otros utensilios dentro de la propia oficina, careciendo de poder adquisitivo fuera de sus límites. Así, la empresa se beneficiaba por ambos frentes controlando la venta de los suministros, ya que los trabajadores estaban obligados a comprarles a ellos los artículos de uso diario, a veces a precios realmente abusivos. Este sistema despiadado de explotación, derivó en los primeros conflictos sociales, que a su vez desencadenaron atroces medidas de represión, como las matanzas de trabajadores en las oficinas Ramírez y La Coruña, o la tan tristemente famosa matanza de la escuela de Santa María de Iquique en la que dos mil personas entre hombres, mujeres y niños fueron acribillados por el ejercito el 21 de diciembre de 1907. El número de fichas que se produjeron es incalculable, y en la actualidad son piezas raras que han originado en Chile un interés por su coleccionismo. Una de las mejores y más completas colecciones, formada por dos mil piezas, se encuentra en el Museo del Salitre de la ciudad de Iquique. Foto nº 2 – EL MERCADO DE ABASTOS. El mercado de abastos proporcionaba a los humbertonianos toda clase de artículos y utensilios. Entre sus tiendas se encontraban el taller fotográfico de Paulo, que posteriormente se convertiría en farmacia, la zapatería de don Humberto Diomedi, la paquetería de doña Victoria Bustamante, conocida por todos como doña Toya, la heladería Saavedra, la tienda de la señora Blanca Varas, la librería de Armando Duarte, el taller de modas, la sombrerería, y la peluquería japonesa de Manuel Etisidaki. En el interior del edificio está el patio donde se ubicaban los puestos de alimentación: la verdulería, la pescadería, la carnicería, o el puesto de carbón. Entre todos ellos destacaba el almacén de Juan Chang, apodado el Chino Chalupa, a quien todos conocían por su modalidad de venta “al peso”, en la que usaba sus manos como balanza sin llegar a equivocarse nunca. En el centro del patio existe una pileta que servía para lavar las frutas y verduras, y dos largos mostradores asombrillados utilizados por los clientes para apoyar la bolsa de la compra. El edificio está rematado con una torre de madera que en tiempos albergó un reloj y un equipo de altavoces que entretenía con música a los paseantes de la plaza. Foto nº 3 – VIVIENDAS DE PRIMER ORDEN. Frente al hospital se encuentran cuatro viviendas de primer orden que eran ocupadas respectivamente por el ingeniero jefe de “La Máquina”, el director del hospital, el jefe de bienestar y el director de la escuela. Foto nº 4 – LA CANCHA DE BALONCESTO. Los trabajadores del caliche eran muy aficionados a los espectáculos deportivos. Humberstone contaba entre otras instalaciones con dos canchas de baloncesto y un campo de fútbol además de la piscina. Las oficinas contaban con equipos en los diferentes deportes, para competir entre ellas en auténticas ligas que despertaban la pasión de los pampinos. Foto nº 5 – EL EDIFICIO DE LA ADMINISTRACION. Desde la balaustrada del edificio de la administración, pueden verse los restos del campo de fútbol y el kiosco de la orquesta que amenizaba las tardes deportivas. Foto nº 6 – CALLE MICHIMALONGO Entre las calles Michimalongo y Corbeta Esmeralda se concentraban las viviendas ocupadas por los empleados casados y sus familias. Foto nº 7 – LA MAQUINA Junto a los restos desmantelados de la factoría, puede verse aún la enhiesta chimenea de la caldera principal que en la actualidad vuelve a ponerse en marcha cada año para conmemorar el Dia del Salitre. A la derecha puede verse en parte la gran torta de ripio en la que se acumulaban los deshechos de la producción de nitrato. Foto 9 – OFICINA MARIA ELENA En la actualidad es la única que permanece en funcionamiento, aplicando técnicas de gran minería que la permiten mover el suficiente volumen para garantizar su rentabilidad. Foto nº 10 – LA PLAZA Pueden observarse los árboles secos y la antigua valla de madera que la rodeaba. Foto nº 11 – LA PLAZA A la izquierda se encuentra el mercado de abastos con la torre del antiguo reloj, y al frente el edificio de la pulpería con sus soportales en los que se instalaban los vendedores ambulantes. Foto nº 12 – EL HOTEL. En esta pérgola actuaba cada fin de semana una orquesta de baile que deleitaba a los componentes de la administración y a sus familias, únicos autorizados a disfrutar de las instalaciones del hotel y del club social. Foto nº 13 – EL HOTEL. La piscina del club social con su trampolín de tres niveles. Para llenarla de agua, dos poderosas bombas situadas bajo los graderíos la extraían del subsuelo a cuarenta y un metros de profundidad. Foto nº 14 – VIVIENDAS DE LOS TRABAJADORES. Acceso a las viviendas de los empleados casados. A una hora determinada las puertas se cerraban obligando a todos los trabajadores al descanso nocturno. Foto nº 15 – LA MAQUINA. Los restos del desmantelamiento de la factoría se encuentran diseminados por los alrededores de “La Máquina”. Foto nº 16 – EL KIOSCO. Desde este kiosco de música, la orquesta formada por los propios trabajadores amenizaba las competiciones deportivas que se celebraban en el campo de fútbol cada domingo. Foto nº 17 – ENTRADA A UNA VIVIENDA. En la foto puede observarse aún la placa con el número de la vivienda. Foto nº 18 – EL TEATRO. Una de las atracciones más queridas de los habitantes de Humberstone era el cine y el teatro. Por aquí pasaron famosos artistas y cantantes de la época como Lucho Gatica o el trío Los Santos. Fotos nº a – RUINAS DE LA OFICINA EDWARDS. Estuvo en funcionamiento hasta 1925, y en ella vivían setecientos trabajadores que producían anualmente cuarenta y cinco mil toneladas métricas de nitrato. Fotos nº a – RUINAS DE LA OFICINA CARMEN ALTO. Perteneciente al Cantón Central, uno de los más ricos mantos de salitre. Fotos nº a – RUINAS DE LA OFICINA ANITA Creada en 1912 como centro de servicios de los campamentos aledaños, llegó a convertirse en una importante población con más de cinco mil habitantes. En las fachadas de algunos de los edificios aún pueden leerse los rótulos de los establecimientos comerciales. Fotos nº y – DESIERTO DE ATACAMA. Calicheras conocidas como Cantón Central, uno de los más ricos mantos de salitre. A su alrededor se instalaron veintitrés oficinas dedicadas a su explotación. En la fotografía el terreno aparece triturado por efecto de las explosiones. Foto nº – TORTA DE RIPIO EN EL SALAR DE ATACAMA. Foto nº – MUSEO DEL SALITRE. En la ciudad de Iquique se encuentra uno de los Museos del Salitre más importantes de Chile. En sus salones pueden contemplarse toda clase de antigüedades y fotografías relacionadas con el trabajo y la vida de los calicheros.
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